Existen noches en las que el velo entre nuestro mundo y el de las sombras parece más fino. Halloween es solo un eco moderno de ese temor ancestral; un juego en el que nos disfrazamos de aquello que una vez nos aterró.
Pero, ¿y si les dijera que no hace tanto, en nuestra propia geografía, los monstruos eran de carne y hueso?
¿Que el terror no era un disfraz, sino el silencio repentino en una venta, el eco de una pisada en el camino al atardecer o el frío de un cañón apoyado en la sien?
Hablo de un tiempo en que España era un mapa de miedos. Un territorio donde viajar era una apuesta. Y en ese mapa, el monstruo tenía un nombre claro: el bandolero.
Imaginemos por un momento la España de 1840. Un país que se lamía las heridas de varias guerras, con un Estado débil y caminos que no pertenecían a nadie. La oscuridad no era solo la ausencia de luz; era un territorio gobernado por otros.
El bandolerismo no era simple delincuencia. Era un poder paralelo.
En la encrucijada de Sierra Morena, reinaba una leyenda que se comía a los hombres: José María «El Tempranillo». Más que un ladrón, era un mito que cobraba peaje a la vida misma. Se decía que controlaba cada paso que se daba desde Andalucía hasta la Mancha.
Pero el eco de ese terror resonaba en todos los rincones. No hay que irse tan lejos.
En el Levante, en las fértiles tierras de la Ribera, la pesadilla tenía otro nombre: Josep Eixeres, alias «Camot».
«Camot» no era un bandido romántico de los que cantan los ciegos. Era el terror de las masías. La sombra que acechaba entre los naranjos, conocido por su crueldad y sus asaltos violentos en la zona de Alzira y Carcaixent. Su guarida en la Muntanya del Cavall era el «castillo» del que hablaban las madres para asustar a sus hijos; un lugar real donde se escondía el miedo.
Esta estirpe oscura, la de los «monstruos del camino», se extendería durante décadas, dejando un rastro de sangre y leyendas, hasta llegar a sus últimos representantes, como «Pasos Largos», el último gran bandolero de la Serranía de Ronda.
Un hombre cuya leyenda solo se apagaría, precisamente, bajo el fuego de los que nacieron para cazarlos.

Es fácil caer en el romanticismo. Las canciones populares y las leyendas han pintado a menudo al bandolero como una especie de «Robin Hood» ibérico, un rebelde generoso que robaba al rico para dárselo al pobre.
La realidad, sin embargo, era infinitamente más oscura.
Este «terror» no era un fenómeno aislado en Sierra Morena. Era una plaga que recorría la península. En La Mancha, la sombra de Francisco Sánchez, «El Tío Camuñas», se proyectaba sobre los caminos reales, un antiguo guerrillero de la Independencia convertido en el terror de los viajeros. En Aragón, Mariano Gavín, «Cucaracha», se convirtió en la pesadilla de los Monegros, un hombre cuya violencia era tan notoria que su propia leyenda se tiñó de sangre. Y en las sierras de Cataluña, se recordaban las hazañas brutales de «hombres de la noche» que hacían la vida imposible. Especialmente aterrador fuéJosé Ulloa Navarro, «Tragabuches», cuya entrada al bandolerismo es una auténtica historia de terror. Fue un torero de la escuela de Ronda al que la traición convirtió en asesino. La leyenda, que hiela la sangre, cuenta que, tras descubrir a su esposa con un sacristán, su furia fue bíblica: mató a ambos, arrojó el cuerpo del amante por la ventana y huyó a la sierra. Su único refugio fue el crimen, donde su nombre se convirtió en sinónimo de peligro.
El mito del «bandido bueno» se desvanece al examinar los archivos. Sus golpes no buscaban justicia, buscaban fortunas. El legendario asalto al Correo de Andalucía en 1832, una operación casi militar atribuida a la órbita de «El Tempranillo», se saldó con un botín de más de 600.000 reales de vellón. Una cifra astronómica para la época, capaz de comprar un regimiento entero.
Pero el verdadero horror no estaba en la cifra, sino en los métodos. La violencia era su firma. Cuando bandas como la del valenciano «Camot» asaltaban una masía aislada, el verdadero terror empezaba. Hay crónicas que hielan la sangre, que hablan de torturas documentadas para «arrancar» la confesión del escondite del dinero. Prácticas atroces, como «calentar» los pies de los labradores en las brasas de su propio hogar hasta que confesaban dónde guardaban sus ahorros.
No eran justicieros; eran el terror en estado puro, una amenaza nacional que exigía una respuesta nacional.
El caos no podía ser eterno. Y como siempre ocurre en la historia, cuando la sombra se hace demasiado densa, el ser humano invoca una forma de luz.
En 1844, la respuesta a ese miedo ancestral no fue un conjuro. Fue un Decreto.
Cuando el Duque de Ahumada funda la Guardia Civil, no está creando solo un cuerpo policial. Está diseñando algo más profundo. Está invocando un símbolo.
Frente al rostro cubierto del bandolero, ellos ofrecen la cara descubierta. Frente al caos y la emboscada, la disciplina y el honor. Frente al terror del trabuco oculto en la maleza, ellos implantan algo nuevo: la presencia.
¿Se han fijado en su primer uniforme? El tricornio y el capote negro. Es fascinante. Se visten con el color de la noche, pero lo hacen para dominarla.
Y, sobre todo, «La Pareja». Siempre dos.
Esa silueta doble, recortada contra la luna en un camino de Extremadura o en un cruce de caminos de Valencia, se convirtió en el antídoto contra el miedo. Eran el faro de autoridad en mitad de la nada.
Su misión era sencilla, casi mística: «limpiar los caminos». Proteger al viajero. Estar donde nadie más se atrevía a estar.
La Guardia Civil nació para enfrentarse a los monstruos reales de su tiempo. Y los venció. El bandolerismo, ese terror que parecía parte del paisaje español, se disolvió ante su presencia constante.
Hoy, casi dos siglos después, los monstruos han cambiado.
Ya no se ocultan en la sierra con un trabuco. Se esconden en la arquitectura invisible de la red, en el doble fondo de un contenedor, en la compleja telaraña de la delincuencia financiera o tras la violencia más irracional. Son más sofisticados, pero el eco de aquella primera misión sigue intacto.
Ese eco es, quizás, lo que sientes tú, el opositor.
Esa llamada a ser el guardián. La vocación de enfrentarte a la «oscuridad» del siglo XXI, sea cual sea la forma que adopte.
El primer «monstruo» en tu camino es este temario, son los psicotécnicos, es la prueba física, es la entrevista. Las oposiciones a Guardia Civil son la puerta de entrada a esa historia.
En Oposiciones Guardia Civil Web no solo te preparamos para un examen. Te preparamos para que te conviertas en el guardián.
Para que recojas el testigo de aquellos que, hace 180 años, decidieron que los monstruos no iban a ganar la partida.
Disfrutad de un ¡Feliz Halloween 2025! Y este Día de Todos los Santos, un momento de pausa y respeto para honrar la memoria y el legado de todos los que nos precedieron.

